MEDITACIÓN CCCLXIV
(29 DE DICIEMBRE)
De la obediencia imperfecta de la
ley de Dios.
Punto 1°.- El principio
universal de la imperfección de nuestra obediencia es una pasión que se quiere
satisfacer sin perjuicio de la salvación. Tiénese aún bastante temor de los
juicios de Dios para no violar la ley en los puntos que se consideran esenciales.
Quiérese obedecer lo suficiente para
ponerse a cubierto de la condenación eterna; pero también se quieren contentar
los intereses de su pasión, para no sacrificarla sin reserva; de aquí esa
obediencia estrecha y limitada, que se sujeta a lo que parece de una obligación
estricta e indispensable, pero que se permite una entera libertad sobre lo que
no llega hasta el crimen. No es más que una afición demasiado sensible;
pero evitaremos, dicen, todo lo que pueda hacerla criminal: no es más que una
ligera señal de aversión; pero no llegaremos hasta la venganza.
Punto 2°.- Peligro de esta
obediencia imperfecta a la ley de Dios. Es no conocer las pasiones, el lisonjearse que complaciéndolas se podrá
detenerlos en los justos límites. Siempre son extremadas en sus deseos; y les es tan natural el dejarse llevar hasta
los excesos, como lo es a la razón el evitarlos y vencerlos.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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