MEDITACIÓN CCCLVII
(22 DE DICIEMBRE)
De la muerte en el pecado.
Punto 1°.- Se muere como
se ha vivido; esta es una verdad que se confirma todos los días por la
experiencia. Los que han vivido en la impiedad, no llegan a tomar en la muerte,
sino las apariencias de la religión y de la fe, y se ven muchos que no se
dignan ni aun tomar dichas apariencias. Los
que han vivido en la esclavitud de la sensualidad, llevan hasta el sepulcro el
fuego que los devora: los que han vivido en el olvido de Dios y en la
indiferencia por su salvación, mueren sin compunción. Así es como se cumple todos los días la amenaza de
Jesucristo: Moriréis en vuestro pecado;
en ese pecado que os ha dominado
siempre, y que os domina todavía; en ese pecado que os agrada más que los
otros, y del cual una vida entera no ha podido combatirle.
Punto 2°.- Para
evitar esta desgracia tan grande, es
necesario vivir en la gracia de Dios; es preciso buscar al Señor cuando todavía
se le encuentra; invocarle, mientras está aún cerca de nosotros, y no esperar para
volver a Él, que se aleje para siempre. Llega un tiempo en que se le busca
sin encontrarle, y este es el momento de la muerte; porque muchas veces no se
tienen cuando más unos vanos deseos de penitencia cuando se deberían tener los
frutos de ella.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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