MEDITACIÓN CCCXXXV
(30 DE NOVIEMBRE)
Sobre el conocimiento de los
pecados que hemos cometido.
Punto 1°.- Muchas
veces se ignoran los pecados 1°.- Porque se descuida el conocerlos. Y esta negligencia, dice San
Bernardo, puede tener dos principios: 1°. La indiferencia, sciendi incuria.
Cuando se trata de los negocios del
mundo, se quieren saber a fondo, y no se perdona estudio ni trabajo para
conocerlos perfectamente: Más si por el contrario, se trata de conocer el justo
estado de su conciencia, ya no se tiene el mismo empeño ni la misma inquietud;
2°. La pereza, discendi desidia. Estamos
acostumbrados a vivir en la disipación, sin reflexionar sobre nosotros mismos
sin atender lo que pasa en nuestro corazón. Costaría demasiado pensar, y
reflexionar en ello, para darse una cuenta exacta de sus pensamientos, deseos,
palabras y acciones; y es más corto y más cómodo presentarse al tribunal de la
penitencia, sin tomarse en el trabajo de adquirir; un conocimiento exacto de
todos sus pecados.
Punto 2°.- Se ignoran,
porque se teme conocerlos, y esto mira
principalmente los pecados que tienen relación con nuestra pasión dominante, y
que por esto tocan e interesan más nuestro amor propio. Nuestra conciencia nos lo haría percibir si
estuviese ilustrada; pero sabemos envolverla en nuestros errores, cuando no
tenemos valor para resistir a sus luces: es un testigo a quien se corrompe,
un cómplice a quien se hace callar, un censor a quien se hace callar, un censor
a quien se gana, se apacigua y se sabe hacerlo ciego o complaciente.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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