MEDITACIÓN CCCXIV
(9 de NOVIEMBRE)
Sobre la incertidumbre de la hora
de la muerte.
Punto 1°.- Esta incertidumbre
es un motivo de vigilancia: velad, dice el Salvador, porque no sabéis el día ni la hora de vuestra muerte. Dios ha querido tenernos en la
incertidumbre de este último momento, dice San Agustín, a fin de que estemos
prevenidos en todos los instantes: Latet
ultimus dies, ut observentur omnes diez. Si morís en pecado mortal, sois perdidos sin remedio; y si permanecéis
por más tiempo en ese estado, ¿no podréis morir en él?
Punto 2°.- Lo que hay de cierto
en esta incertidumbre, es, que seremos sorprendidos por la muerte, si no
estamos preparados para ella. Jesucristo no nos dice solamente: Velad,
porque no sabéis ni el día ni la hora; sino que añade: Velad,
porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no lo esperéis: Quá horá non putatis. Y así, el que persevera en el pecado, no
puede decir: Si puedo ser sorprendido, puedo también no serlo; sino que debe
contar y mirar como cierto que será sorprendido, puesto que Jesucristo lo
asegura en términos claros: el pecador, pues se expone en cierto modo a una
muerte funesta, y se condena el mismo a una eternidad infeliz, si siempre
difiere el convertirse.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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