MEDITACION CCCXXXI
(26 DE NOVIEMBRE)
Sobre la venganza.
Punto 1°.- La ley de Dios nos
prohíbe toda especie de venganza personal y particular. No siempre es la
venganza por el asesinato o el homicidio; hay unas venganzas sordas y
encubiertas y otras venganzas estrepitosas; unas paliadas y otras descubiertas,
unas de acción y otras de palabras. Se
vengan unos por burlas por murmuraciones y por calumnias; se vengan otros, por
pláticas envenenadas que excitan la venganza de los otros; se vengan éstos por
un olvido afectado, por una negativa, por una falta de atención y de
miramiento; se vengan aquellos a veces por solo el aire del semblante, por un
tono de frialdad, de indiferencia o de disgusto. Debemos observar y especificar todas estas diferencias cuando queremos
conocer nuestros pecados en el examen de conciencia, y acusarlos en la confesión.
Punto 2°.- Esta ley nos
parece dura, pero viene de Dios: Haec
est voluntas Dei. Tal es la orden precisa y la voluntad del soberano Señor.
Ego autem dico vobis: Diligite inimicos
vestros. Yo soy quien os lo digo:
Amad a vuestros enemigos, y por consiguiente no os venguéis jamás y estad
siempre dispuestos a perdonarles cualquiera injuria que os hagan. No hay
duda que solo un Dios puede exigir de
nosotros tan grande sacrificio, pero lo exige; Yo soy quien os lo digo.
He aquí una palabra imperiosa que debe necesariamente cautivar nuestra
obediencia. Oponed a este Yo, todos los pretextos que se emplean
para autorizar la venganza, y encontrareis en esta sola palabra una fuerza
superior y dominante que responde a todo lo dicho.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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