MEDITACIÓN CCCXXII
(17 DE NOVIEMBRE)
De los conocimientos que se
adquieren
en la hora de la muerte.
Punto 1°.- Se aprende a conocer
a los hombres. Ordinariamente
experimentamos que estos no nos son adictos más que por interés; que no debemos
contar con su complacencia y asiduidad sino mientras que podemos serles útiles,
y que desde el momento que esta utilidad cesa, desaparece su amistad. El moribundo
no ha exhalado todavía el último suspiro, y ya todo el mundo huye de él y le
abandona, para ir tal vez, a llevar sus adulaciones y homenajes al que creen
que deberá sucederle.
Punto 2°.- Se aprende a conocer
a Dios. Entonces es cuando Dios parece grande: todas las otras grandezas se
desvanecen a los ojos de un moribundo, y sólo la de Dios subsiste eternamente. Los sentidos de ese pecador no pueden ya
ser impresionados por todos esos objetos que habían causado el él tan vivas y
funestas sensaciones. Dios se
manifiesta; la eternidad se aproxima; otra vida, otro mundo se descubren; los
bienes y los males, hasta entonces invisibles, ocupan el lugar de esos vanos
prestigios que nos deslumbran durante la vida, y que desaparecen en la hora de
la muerte.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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