MEDITACIÓN CCCXVII
(12 DE NOVIEMBRE)
Sobre la fragilidad de la vida.
Punto 1°.- Los que han
examinado con más cuidado la estructura del cuerpo humano, no se admiran de que
los hombres mueran; antes se admiran de que vivan. Este cuerpo está compuesto de tantos órganos
necesarios a la vida, y al mismo tiempo tan finos y delicados, que es
incomprensible que en los diferentes movimientos que le damos, o que se le dan,
no se rompa alguno a cada instante, cuya ruptura nos causa la muerte. Nuestra vida depende del curso arreglado y
del perfecto equilibrio de tantos humores diferentes, cuya alteración basta
para quitárnosla que apenas podemos comprender que pueda igualar la duración de
una flor que se marchita de un día a otro.
Punto 2°.- Nuestra
vida misma no es, propiamente hablando, sino una muerte continua y anticipada. Morimos
todos los días; quotidie morior
(1 Co 15, 31). Cada instante que transcurre nos roba una porción de nuestra vida, y nos
hace avanzar un paso más al sepulcro. Es un error, decía un anciano, mirar la
muerte en el porvenir: In hoc enim
fallimur quod mortem prospicimus (Séneca). Siempre está presente; la llevamos en nuestro seno, nos mina
insensiblemente y nos destruye poco a poco. Ya se ha apoderado de una gran
parte de nuestros días; y lo poco que resta, gastase a toda hora, y viene a ser
a cada instante presa de la muerte: Quidquid
aetatis retro est, mors tenet (Séneca).
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario