MEDITACIÓN CCCXXVI
(21 DE NOVIEMBRE)
De la gloria de los justos en la
hora de la muerte.
Punto 1°.- Este es el momento
de su triunfo: pues la muerte sólo humilla al pecador, por los cambios que la
preceden, pero nada cambia para los justos en la hora de la muerte: siempre han caminado con un paso igual
hacia la eternidad, y mientras más se aproximen a ella, mas sienten aumentar su
fuerza y su valor, y entonces se elevan fácilmente del mundo. La muerte no
puede quitarles nada de que no se hayan despojado anticipadamente, ya estaban
muertos al mundo y a sí mismos, y su vida estaba oculta en Dios con Jesucristo.
Punto 2°.- La muerte humilla a
los pecadores por la destrucción de su cuerpo que es su consecuencia; mas esta destrucción hace la gloria del justo:
siempre ha mirado su carne como una enemiga terrible que era necesario dominar;
y sólo le había ocupado de embellecer su alma por los dones de la gracia y de
la justicia. Ha llegado el momento en que esta alma, adornada de mil
virtudes, se eleve sobre las ruinas de ese cuerpo de pecado, para ir a gozar en
el seno de Dios de la gloria que le está prometida.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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