MEDITACIÓN CCCXXXIV
(29 DE NOVIEMBRE)
Sobre la confesión de los pecados.
Parte 1°.- Esta
confesión es absolutamente necesaria, fuera del caso en que sea absolutamente
imposible. No hay
pecado perdonado, si primero no es acusado y confesado; y en el
sacramento de la penitencia es en donde se encuentran la misericordia y la
verdad; Misericordia et veritas
obiaverunt sibi. El pecador viene a buscar allí la misericordia, y para
encontrarla, es necesario que traiga una acusación de conforme a la más exacta
verdad. Si engaña al ministro del Señor,
se engaña a sí mismo; en vano implora la misericordia de Dios si rehúsa decir
la verdad, no puede ser reconciliado si no es sincero; y aún aumenta el número
de sus pecados ocultando o disfrazando los que ha cometido, puesto que añade
una mentira dicha a Dios, en la persona del ministro que le representa.
Punto 2°.- Esta
confesión no siempre es exacta y sincera. No pudiendo el demonio poner obstáculo a los efectos de la misericordia
de Dios, detiene la verdad, en la boca del pecador. ¿Cómo ha tentado Satanás vuestro corazón, decía el Apóstol San
Pedro al infiel Ananías, hasta haceros
mentir al Espíritu Santo? Y al instante este desgraciado cayó muerto a los
pies del apóstol; figura terrible de un
pecador que da la muerte a su alma, callando su pecado.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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