MEDITACIÓN CCCXXVII
(22 DE NOVIEMBRE)
Sobre la interpretación de la ley
de Dios.
Punto 1°.- Esta ley es clara por sí misma; nuestras pasiones nos ocultan su verdadero sentido. De aquí vienen
esas interpretaciones diferentes de las cuales, unas son más suaves y
mitigadas, y otras más justas y exactas. ¿Qué
cosa hay más clara, dice San Agustín, que la luz del sol, cuando se muestra sin
estar oscurecido por ninguna nube? Y sin embargo, un ciego no la ve, y
permanece siempre en las tinieblas; más esta oscuridad está en él, y no en el
astro que nos alumbra. Lo mismo sucede con la ley de Dios; si os parece oscura,
es porque de vos, de vuestro corazón ciego por sus inclinaciones viene esta
oscuridad. Purificad ese corazón, acostumbrarle a no escuchar más sus pasiones
que lo ciegan, y vuestras dudas serán pronto disipadas.
Punto 2°.- La prenda de esta
verdad, es que: 1°. A medida que
volvemos de nuestros extravíos, encontramos menos incertidumbre y oscuridad en
nuestros deberes; pues las luces crecen cuando las pasiones disminuyen. 2°.
Comprendemos fácilmente el verdadero
sentido de los artículos de la ley que no tienen relación ninguna con las
pasiones que nos dominan. Un avaro echa de ver desde luego la condenación
de los placeres infames de la sensualidad; y un sensual que quiere justificar
todavía sus debilidades, no vacila en encontrar la condenación de la avaricia.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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