MEDITACIÓN CCCXXIV
(19 DE NOVIEMBRE)
De la muerte de los justos.
Punto 1°.- El justo al morir
deja al mundo sin pesar porque ha trabajado toda su vida en despegar de él
su corazón; siempre lo ha considerado por las fases que lo hacen odioso y
despreciable; y a la hora de la muerte experimenta el feliz efecto de sus
reflexiones y recibe la recompensa de sus trabajos. Si le quedan algunos lazos que romper y algunos sacrificios que hacer,
su sumisión a la voluntad de Dios, y ese amor de preferencia que siempre le ha
conservado, endulza sus rigores, y
si siente algunos ataques de ese horror natural que acompaña siempre a la
muerte, la gracia le ayuda a vencerlos.
Punto 2°.- El justo al morir se
presenta ante el tribunal de Dios con una humilde confianza: allí aparece
acompañado del mérito de sus obras. Si ha conservado hasta el último suspiro su
primera inocencia nada tiene que temer; y si ha tenido la desgracia de perderla
por algunos pecados, ha tenido cuidado de llorarlos, de repararlos y de
expiarlos por una verdadera y sincera penitencia. Su confianza está fundada en la bondad de Dios y en los méritos de
Jesucristo; y puede decir como el Apóstol: He
llenado mi carrera, y siempre he guardado la fe, no una fe muerta y
estéril, una fe de especulación, sino una fe práctica y laboriosa, ya no me resta
pues, más que recibir de las manos de mi Juez la corona de justicia.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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