MEDITACIÓN CCCVIII
(3 de NOVIEMBRE)
De las acciones diarias.
Punto 1°.- Los ejercicios de
piedad deben siempre ocupar el primer lugar en nuestras acciones diarias. Hay dos tiempos en el día que deben
consagrarse especialmente a estos ejercicios; el principio y el fin.
El principio, para pedir a Dios: 1°. La gracia de cumplir con
fidelidad todos nuestros deberes; 2°. La gracia de no dejar pasar ninguna
ocasión de practicar buenas obras; 3°. La gracia de abstenernos de los pecados,
aun de los más leves, y vencer las tentaciones de la carne y del mundo.
El fin, para darnos cuanta a nosotros mismos en el examen de
conciencia, de las faltas que hayamos cometido. ¿Qué debería pensarse de un
cristiano que dejara pasar ni un solo día sin pensar en Dios, ni en su salvación?
Punto 2°.- Debemos cumplir estos ejercicios 1° con fidelidad; 2° con respeto; 3° con fervor; 1° la fidelidad consiste en no faltar a ellos jamás. ¿Habría algún hombre en el mundo tan ocupado, que no puede encontrar un instante al principio y al fin del día, en el cual pueda elevar su corazón a Dios? Estos ejercicios se refieren directa e inmediatamente a Dios; a Él es a quien hablamos, y con quien tratamos. 2° Humillémonos en su presencia, diciendo como Abraham: Voy a hablar a mi Dios, aunque soy polvo y ceniza. ¿Qué fruto puede esperarse de estos ejercicios, cuando se hacen con frialdad e indiferencia?
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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