MEDITACIÓN CXXXIX
(18 DE MAYO)
Sobre los peligros del mundo.
Punto 1°.- Estos
peligros no impiden el que pueda practicarse la moral del Evangelio en toda
clase de estados. Los dos grandes principios de esta moral, son, que
debemos Amar a Dios con todo nuestro
corazón y al prójimo como a nosotros mismos. Ahora bien, ¿No puede un cristiano sin dejar el mundo y
sin salir de su estado, cumplir con estas dos obligaciones que encierran toda
la ley? ¿No puede elevarse a Dios por la fe, unirse a él por el amor,
comunicarse con el prójimo por la caridad, y si cae en alguna falta,
purificarse por la penitencia?
Punto 2°.- Estos
peligros no han impedido que esta moral cristiana haya sido practicada en todos
los estados. Recordad a
tantos santos que han vivido como vos en medio del mundo, y sin sacrificarle
jamás su religión ni su salvación. Acordaos de esos santos reyes, que a pesar de todos los atractivos y
todos los embarazos del siglo, han tenido la fuerza de elevarse a los
pensamientos de la eternidad, y de mantener en su corazón un comercio secreto y
continuo con Dios; siempre sumisos a la autoridad de su ley, siempre fieles a
las impresiones de su gracia. ¿Quién os impide imitarlos?
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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