MEDITACIÓN CXLVII
(26 DE MAYO)
Sobre el mérito vinculado a la
práctica de los deberes de vuestro estado.
Punto 1°.- Esta práctica es una
fuente abundante de méritos. Porque ¿En qué consiste el verdadero mérito
del hombre? ¿No es hacer continuamente lo que Dios quiere, y lo que ordena? ¿Y
quién es quien lo hace, sino el que cumple fielmente con los deberes de su
estado? El trabajo emprendido en un
tiempo en que nos está prescrito por el deber, es pues una ocupación más santa
y más meritoria que la oración.
Punto 2°.- Jesucristo, nuestro
maestro y nuestro modelo, parece haber hecho de ésta práctica uno de los
principales fundamentos de su mérito. No
empleó sino los tres últimos años de su vida en hacer esas grandes acciones y
esos grandes sacrificios que nos admiran; ¿Y qué hacía pues durante los treinta
años que le precedieron? Cumplía con los deberes de su estado, obedecía a sus
padres; vivía del trabajo de sus manos: el mundo giraba en sus principios y sus
preocupaciones ordinarias. Había en Jerusalén sectas numerosas y austeros
Fariseos, que añadían a la ley mil observancias nuevas: el mundo admiraba su
santidad. Y sin embargo ¿En dónde estaba el verdadero mérito y la virtud más
perfecta? ¿No era bajo ese techo rústico
en donde Jesucristo, sometido a las voluntades de su Padre, estaba ocupado
únicamente de los deberes de su estado?
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me
prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y
que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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