MEDITACIÓN CXXVII
(6 DE MAYO)
Sobre los usos del mundo.
Punto 1°.- Un cristiano que
vive en el mundo, debe conformarse con sus usos en todo lo que no es contrario
a la ley de Dios. Porque entonces ¿Qué motivo habría para alejarse de
ellos? Si es por desprecio para con aquellos que lo siguen. Un verdadero cristiano no desprecia a nadie,
y sólo se desprecia a sí mismo. Si es por un vano deseo de parecer
singular, este deseo es enteramente contrario al espíritu de Jesucristo. Si es
por falta de complacencia y de miramientos para con aquellos con quienes está
obligado a vivir, la caridad cristiana le obliga a ser manso complaciente, y
aún obsequioso para con todo el mundo. Si es en fin; por evitar la molestia y
la sujeción que traen consigo las diversas obligaciones prescritas por los usos
del mundo, sometiéndose a ésta sujeción habitual, practica el renunciamiento a
sí mismo y la obligación de llevar su cruz.
Punto 2°.- Un cristiano debe
alejarse de los usos del mundo, cuando son contrarios a la ley de Jesucristo.
De este modo imita a esos fieles Israelitas que dejando a un pueblo idolatra
doblar la rodilla ante Baal, permanecían firmes y constantes en el culto y
servicio del Dios de Israel: y puede decirse a sí mismo como el santo anciano
Eleazar: si hago traición a los
intereses de Dios y de su ley, podré tal vez con eso atraerme la aprobación del
mundo y librarme de su censura; pero atraeré sobre mí la cólera del Altísimo, y
nada podrá ponerme a cubierto de su venganza.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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