MEDITACIÓN CLII
(31 DE MAYO)
Sobre la gloria de Dios.
Punto 1°.- No debemos buscar ni
desear en todo sino la gloria de Dios. Si yo me glorifico a mí mismo, decía
el Salvador, mi gloria no es nada.
No es
más que una sombra y un ligero vapor que se disipa, y que no tiene ninguna
consistencia ni solidez. Al Dios
inmortal sea pues dado todo el honor y toda la gloria, pues que le pertenece en
propiedad. Él es el autor y el principio de todo bien, y así es muy justo que
tenga la gloria de todo, y no podemos nosotros atribuirnos ni la menor parte,
sin una usurpación sacrílega.
Punto 2°.- No buscando más que
la gloria de Dios, nos aseguramos a nosotros mismos una gloria inmortal. Mi
padre es quien me glorifica, decía el Salvador, porque no obro ni trabajo
sino por su gloria. Nada espero de los
hombres, decía San Pablo, no he vivido ni he trabajado sino por Dios, y él es
quien será mi recompensa; siento demasiado la nada y la bajeza de las criaturas
para contentarme con sus criaturas para contentarme con sus vanos aplausos; no
soy llevado mas que a la gloria que viene del Señor.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me
prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y
que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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