MEDITACIÓN CXLVI
(25 DE MAYO)
Sobre las penas anexas a la
práctica de los deberes de cada estado.
Punto 1°.- Estas penas sólo a
la religión pertenece endulzarlas. Casi no hay una persona en el mundo que
está contenta en su estado, y que no envidie el de los otros, mas si consideráis vuestro estado en el
espíritu de la religión, no os quejaréis ya de las penas que son inseparables
de él, ni os veréis tentado a cambiar de estado: todas las condiciones os parecerán
iguales, porque todas están arregladas y establecidas por la voluntad de Dios;
y así, no preferiréis ninguna; porque nada es preferible a lo que Dios quiere,
y a lo que Dios dispone.
Punto 2°.- En cuanto a las
penas accidentales que se juntan tan frecuentemente a las penas esenciales y
comunes a todos los estados. ¿Qué esposa podrá soportar mejor un yugo que
las faltas y los caprichos de un hombre hacen algunas veces tan duro, sino
aquella que considere su estado en el espíritu de la religión? ¿Qué amo, qué criado, qué hijo, qué padre
de familia podrá hacer uso mejor de las penas que experimente en su estado, que
tenga los ojos fijos en esa providencia divina que se los envía? Reflexionad
sobre este principio, y aplicadlo a las penas esenciales o accidentales y
particulares de vuestro estado.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me
prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y
que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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