MEDITACIÓN CXLI
(20 DE MAYO)
Sobre el pensamiento de la muerte.
Punto 1°.- Pensad frecuentemente en la muerte: y todavía no es
bastante. Pensad todos los días, pensad continuamente en ella; 1°. Para estar siempre pronto a comparecer
delante de Dios. Estad prestos, porque el hijo del hombre vendrá a la hora que
menos lo penséis. Su llegada, es la muerte que os sorprenderá si no estáis
siempre preparado. ¿Y cómo podréis estar
preparado si pensáis rara vez o no pensáis nunca en ella? El instante en que
perdáis de vista este momento decisivo de vuestra salvación, será justamente el
que Jesucristo escogerá para llamaros. Tened pues siempre a la vista vuestra
última hora, decía San Basilio: cuando comienza el día, pensad que tal vez no
veréis su fin; y cuando entréis en las tinieblas de la noche, no tengáis
seguridad de ver el día siguiente.
Punto 2°.- Para
santificar todas vuestras acciones. No, no hay medio más eficaz para obligarnos a vivir bien: como el pensar
que cada día que comienza será el último de nuestra vida. Así es
como lo hacía el santo Job; Desde que
estoy en el mundo –decía- espero cada
día que llegue mi transmutación, me llamaréis, Señor, y yo os responderé. Llamadme cuando gustéis: a cualquier hora y
en cualquier lugar que sea, estoy pronto a responderos. Poneos en estado de poder dirigir a Dios el
mismo lenguaje.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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