MEDITACIÓN CXXXI
(10 DE MAYO)
Sobre la constancia de los mártires.
Punto 1°.- Todo cristiano debe estar dispuesto a sufrir
el martirio, antes que renunciar a su fe, o violar la ley del Señor. Cuando
leemos la historia de los mártires, los miramos como hombres extraordinarios,
como unos héroes elevados al grado más sublime de la constancia y de la virtud,
no obstante, todo lo que ellos han sufrido y sacrificado, estamos todos
obligados a sacrificar y a sufrir, si nos encontrásemos en las mismas
circunstancias. Sí, todo cristiano está
obligado a sostener, cuando sea necesario, los principios y o la práctica de su
religión hasta el martirio. Esta es una consecuencia necesaria de esa
preferencia entera y absoluta que exige Dios por el primero y el mayor de los mandamientos;
y esto es lo que ha hecho decir al Salvador del mundo: El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que la pierda por amor
de mí y del Evangelio, la salvará. ¿Mas
cómo podemos estar dispuestos a morir por Dios, cuando no podemos resolvernos a
vivir para El, y hacerle los menores sacrificios?
Punto 2°.- Toda la vida de un cristiano debe ser un
martirio continuo. Es un engaño el creer que sólo hay cierto número de
Santos que hayan llegado a la felicidad del cielo por el camino del martirio;
todos han merecido la misma corona; unos por un martirio más pronto y
abreviado, los otros, por un martirio más lento y prolongado. No todos han hecho el sacrificio de su
vida, más todos han sacrificado los vicios y el apego de la carne y del mundo. Hay
un martirio del corazón así como hay uno del cuerpo; este nos parece espantoso
por el horror de los suplicios; mas el otro tiene también sus rigores, por la
violencia continua que hace a la naturaleza.
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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