martes, 10 de mayo de 2016

MEDITACIÓN CXXXII (11 DE MAYO)

MEDITACIÓN CXXXII
(11 DE MAYO)

Sobre la unión indisoluble de la probidad y la religión.



Punto 1°.- Sin religión no hay probidad. Podrá haber quizá una probidad aparente, una probidad pasajera y limitada; pero no habrá nunca una probidad sólida, constante y universal si sólo nos detiene el temor de las leyes humanas, éstas no castigan los crímenes desconocidos; y sucede muchas veces que el poder de los que los cometen les impone silencio. ¿Qué freno será pues capaz de detener a los grandes y poderosos del siglo, cuando hayan sacudido el yugo de esta religión divina, que es la única que puede arreglar su autoridad según los deberes? Es verdad que las leyes tienen más eficacia sobre los particulares que sobre ellos; mas éstas sólo sobre los cuerpos, y sólo la religión puede responder del corazón.


Punto 2°.- Sin probidad no hay religión. La ley natural es la primera de todas las leyes; el Evangelio en lugar de destruirla no hace sino insistir sobre ella y hacerla más perfecta y más extensa. El que la viola por la injusticia, la calumnia, el falso testimonio, la crueldad, la intriga y la perfidia, aunque en el exterior parezca muy devoto, no puede tener más que una sombra y un fantasma de religión; pues huella con sus pies todos los derechos, abandona todos sus principios; y es peor que un pagano y un infiel.    

Oración Universal

Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.

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