domingo, 8 de mayo de 2016

MEDITACIÓN CXXX (9 DE MAYO)

MEDITACIÓN CXXX
(9 DE MAYO)

Sobre la confianza que debe tener un cristiano 
en las oraciones que se hacen por él.



Punto 1°.- Éstas oraciones no hay duda que son útiles. Los mismos mundanos están tan persuadidos de esto, que aun cuando están metidos en esos hábitos criminales, si les queda todavía algún sentimiento de religión, conjuran a las personas consagradas a Dios a que rueguen por ellos. Así el Faraón, en el tiempo que perseguía al pueblo fiel, decía a Moisés: Rogad a vuestro Dios por mí. Es sabido cuánto contribuyeron las lágrimas y las oraciones de Mónica a la conversión de su hijo Agustín. La iglesia misma implora continuamente la misericordia de Dios por los vivos y por los difuntos.  No descuidéis pues, emplear las oraciones que el celo anima, que la caridad inspira, y que el Señor escucha muchas veces.


Punto 2°.- Mas no pongáis en ellas toda vuestra confianza. Es verdad que podéis sacar muchas ventajas de las oraciones que se hagan por vos, pero nada puede dispensaros de hacerlas vos mismo. Cuando los Apóstoles rogaron por la Cananea, no fueron escuchados; mas se acerca a ella misma a Jesucristo, se postra a sus pies y su hija es curada, para enseñarnos, dice San Crisóstomo, que le agradan más a Dios nuestras oraciones, aunque seamos pecadores, que las que los Santos hacen por nosotros.   

Oración Universal

Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.

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