martes, 2 de febrero de 2016

MEDITACIÓN XXXIV (3 DE FEBRERO)

MEDITACIÓN XXXIV
(3 DE FEBRERO)

Sobre el hambre y sed de justicia.  




Punto 1°.- Todo cristiano debe tener hambre y sed de justicia: es decir, que no debe tener menos ardor y solicitud por los bienes de la gracia, que la que tiene un hombre atormentado por el hambre y la sed por el alimento del cuerpo. Los dones del cielo que le santifican, las virtudes que lo hacen agradable a Dios, son siempre el principal objeto de sus deseos; de esto se ocupa, esto busca y esta hambriento y sediento. Sucede muchas veces que el que desea los bienes del cuerpo con más ardor, los busca sin encontrarlos; mas cuando se buscan con sinceridad los bienes de la gracia se les encuentra: cuando se piden con una fe viva esta uno seguro de obtenerlos, y se experimenta la verdad de estas palabras de Jesucristo: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán hartos.

Punto 2°.- Por esta hambre y esta sed espirituales, debemos juzgar del estado de nuestra conciencia. ¿Estoy ocupado únicamente del deseo de mi salvación? ¿Estoy verdaderamente…, hambriento y sediento de su justicia? ¿Podré decir a Dios con la misma verdad que el Profeta: Yo corro a vos, Señor, como el ciervo sediento a las fuentes de las aguas? Así como el disgusto del alimento del cuerpo debe hacer temer la pérdida de la salud, así nuestra alma está en peligro de perder la santidad y la justicia si cesa de desearla.

Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción. 
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.


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