MEDITACIÓN XXXIV
(3 DE FEBRERO)
Sobre el hambre y sed de justicia.
Punto 1°.- Todo cristiano debe tener hambre y sed de
justicia: es decir, que no debe tener menos ardor y solicitud por los bienes
de la gracia, que la que tiene un hombre atormentado por el hambre y la sed por
el alimento del cuerpo. Los dones
del cielo que le santifican, las virtudes que lo hacen agradable a Dios, son
siempre el principal objeto de sus deseos; de esto se ocupa, esto busca y esta
hambriento y sediento. Sucede muchas veces que el que desea los bienes del
cuerpo con más ardor, los busca sin encontrarlos; mas cuando se buscan con
sinceridad los bienes de la gracia se les encuentra: cuando se piden con una fe
viva esta uno seguro de obtenerlos, y se experimenta la verdad de estas
palabras de Jesucristo: Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán hartos.
Punto 2°.- Por esta hambre y
esta sed espirituales, debemos juzgar del estado de nuestra conciencia. ¿Estoy ocupado únicamente del deseo de mi
salvación? ¿Estoy verdaderamente…, hambriento y sediento de su justicia? ¿Podré
decir a Dios con la misma verdad que el Profeta: Yo corro a vos, Señor, como el ciervo sediento a las fuentes de las
aguas? Así como el disgusto del
alimento del cuerpo debe hacer temer la pérdida de la salud, así nuestra alma
está en peligro de perder la santidad y la justicia si cesa de desearla.
Oración Universal
Para servir de preparación a la
lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi
esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os
doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por
vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de
que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra
sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo
queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad,
purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes
que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis
culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo
con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza
con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros,
paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la
templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un
exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la
gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del
cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite
el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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