MEDITACIÓN LIX
(28 DE FEBRERO)
Sobre el amor propio.
Punto 1°.- El amor propio nos
hace atentos y perspicaces para ver las faltas de los otros. 1°. Atentos: casi no nos fijamos en las
buenas cualidades que pueden tener; sólo nos ocupamos en notar sus faltas, y no
perdonamos cuidados ni indagaciones para conocerlas. Queremos saber todo lo que
hay reprensible en su conducta, porque nos imaginamos que lo que puede
oscurecer su reputación, es como una sombra que sirve para aumentar el
resplandor de la nuestra. 2°.- Perspicaces:
No nos falta nunca sagacidad y penetración cuando se trata de conocer las
faltas de otro: pues nuestro amor propio es un hábil maestro que no nos deja
ignorar nada de lo que cree poder serle ventajoso. Mas esta atención, y esta aplicación maligna a las faltas del prójimo,
es un pecado contra la caridad que alimenta continuamente nuestras
maledicencias y nos lleva sin cesar a provocar y a autorizar las maledicencias
de los demás.
Punto 2°.- El amor propio nos
hace ciegos sobre nuestras propias faltas. Y esta ceguedad llega al grado
de hacernos vituperar en los demás unas faltas y unos excesos que cometemos
nosotros todos los días. Oímos a un avaro declamar contra la avaricia, a un
disipador contra las locas prodigalidades. Attende tibi: ¡Ah! Pensad en vos,
cuidaos a vos, y rogad al Señor que os haga tan atentos y tan perspicaces
acerca de vuestras propias faltas, cuando la malignidad del amor propio
acostumbra serlo para con las de los otros.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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