MEDITACIÓN XLVII
(16 DE FEBRERO)
Sobre los pecados de hábito
considerados en su origen.
Punto 1°.- Estos pecados
comienzan por faltas ligeras de las cuales no hacemos ningún escrúpulo. Hemos
sido educados en los sentimientos de la piedad, conservamos algún tiempo la
gracia y la inocencia del bautismo; la sola sombra de los pecados que la
destruyen nos cusan horror; tememos cometerlos y ni aún nos atrevemos a pensar
en ello. Mas ¿en qué venimos a parar? Comenzaremos
primero por permitirnos las faltas ligeras, ya no tememos tanto apartarnos de
los rectos senderos de la justicia:
todavía no queremos dejarlos del todo ni perderles enteramente de vista, pero
nos acostumbramos a alejarnos de ellos, con tal que este alejamiento no nos
parezca considerable. He aquí lo que se puede llamar la infancia y el origen de
los pecados de hábito, de esos vicios espantosos que conducen a la impenitencia
final, y que nos hacen perder la gracia de Dios sin remedio.
Punto 2°.- Estas faltas ligeras
multiplicadas disponen insensiblemente a otras mayores. No se llega de repente al colmo de la
iniquidad, sino que se va subiendo por grados. Al principio nos levantamos
de las primeras caídas, mas luego recaemos, y estas vienen a ser de día en día
más frecuentes, así nos animamos poco a poco, y nos familiarizamos con unas acciones cuyo sólo pensamiento nos habría
espantado en los días de nuestra inocencia. ¿Gozáis aún de este precioso
tesoro? Pues velad sin cesar para conservarle. ¿Habéis tenido la desgracia de
perderle por el pecado? Trabajad lo mas pronto posible en recobrarle por la
penitencia: desterrad para siempre ese
pecado de vuestro corazón; pues si llega a echar raíces ¡cuán difícil os será
el arrancarle!
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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