MEDITACIÓN XLIV
(13 DE FEBRERO)
Sobre los negocios del mundo comparados
con el de la salvación.
Punto 1°.- Los más grandes
negocios del mundo parecen vanos y despreciables cuando se comparan con el de
la salvación. Hay objetos que hieren la vista cuando se consideran en sí
mismos, y que llegan a ser imperceptibles cuando se les compara a otros que los
exceden en grandeza; la más larga duración del tiempo comparada con la
eternidad no parece más que un instante. Toda la tierra apenas parece un átomo
cuando se reflexiona en la vasta extensión del firmamento que la rodea; así todas las empresas humanas son nada comparándolas
con nuestra salvación. Esos negocios tan grandes y tan considerables, no nos
parecen más que juegos de niños que no merecen ocuparnos sino en cuanto el
deber nos los impone, y la salvación de nuestra alma está en ello interesada.
Punto 2°.- Depende menos de
nosotros el salir bien de los negocios del mundo, que en el de nuestra salvación.
Una infinidad de circunstancias imprevistas e inevitables desconciertan
nuestros proyectos; mil contrariedades que engendran las pasiones de los
hombres, se oponen a la ejecución de nuestros designios; los males que tememos
nos llegan, los bienes que deseamos se nos escapan. Sólo el negocio de la salvación se trata únicamente entre Dios y el
hombre: Dios que lo atrae por su gracia, y que recompensa hasta sus deseos; y
el hombre que puede siempre seguir el atractivo de esta gracia para entregarse
a Dios. Cuando quiero ser rico, decía san Agustín, no dejó de gemir en la
pobreza; cuando quiero elevarme, mi ambición no impide que me arrastre en el
polvo. Mas para poseeros eternamente, ¡oh Dios mío! No tengo más que quererlo
sinceramente y pedíroslo con humildad para conseguirlo.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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