MEDITACIÓN XLII
(11 DE FEBRERO)
De lo que un cristiano debe pensar acerca
de las riquezas y de las grandezas del mundo.
Punto 1°.- Un cristiano no debe estimar las
riquezas por lo que son en sí; pues esto sería juzgar como los mundanos,
que miran a aquellos que poseen estas frívolas ventajas, como almas
privilegiadas. Esta preocupación es la que hace que la mayor parte de los
grandes crean ser una especie de divinidades por quien todos los demás hombres
están obligados a sacrificarse. Idea falsa y perniciosa, que ha hecho en todos
los tiempos la desgracia del género humano, y que no es menos contraria a las
luces de la razón que a los principios de la religión y a los verdaderos
sentimientos de la naturaleza.
Punto 2°.- Un cristiano no
estima las riquezas y las grandezas del mundo, sino por el buen uso que se hace
de ellas: no mira al pobre como desechado del cielo porque es el desecho
del mundo; no juzga de la diferencia de las condiciones por su esplendor
aparente sino por su uso. La pobreza,
santificada por la virtud, le parece infinitamente preferible a las riquezas de
las cuales se abusa; y no cree a un hombre digno de su estimación por haber
nacido o por encontrarse en la grandeza y en la opulencia, si no sabe
emplearlas útilmente por la felicidad de los hombres y para su salvación.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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