MEDITACIÓN XXXIII
(2 DE FEBRERO)
Sobre el juramento.
Punto 1°.- El juramento es
prohibido por la ley de Dios: Nolite
jurare, dice el Señor: No jurarás. Examinad: 1°. Los juramentos
comprendidos en esta prohibición: pues ciertamente no comprende de ningún modo
los juramentos que exige una autoridad legítima en ocasiones importantes para
el sostén de las leyes. Entonces tomamos a Dios por testigo de la verdad de
nuestras palabras, levantando la mano hacia el cielo o jurando sobre su
Evangelio porque estamos autorizados, por un poder que viene de Dios. 2°. Lo que Dios condena, son los juramentos
inútiles, en los cuales se toma el nombre de Dios en vano, las imprecaciones y
las blasfemias execrables. ¡Cuántos no vemos que tienen la desgraciada
costumbre de hablar todo con juramento, y que no pueden asegurar las verdades
más sencillas y más comunes, sin ultrajar la divinidad, y sin entregarse ellos
mismos a la muerte y a los tormentos eternos!
Punto 2°.- Estos juramentos no pueden ser justificados
por ningún pretexto. Quiérese pretender que se jura, que se blasfema sin
pensar en ello, algunas veces sin entender la significación de las palabras que
se pronuncian; que se dicen por ligereza, por irreverencia; malas excusas, por
cierto. Si es un mal el proferirlas, es
mayor mal aún hacerse una costumbre de ello; pues semejante costumbre
manifiesta siempre: 1°. Poco respeto por la Religión; 2°. Poca atención a la
Majestad del Altísimo que llena el universo por la inmensidad de su presencia,
y 3°. Un desorden insensato en los discursos, que no puede ser sino una
consecuencia del extravío del espíritu y del corazón.
Oración Universal
Para servir de preparación a la
lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi
esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os
doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por
vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de
que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra
sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo
queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad,
purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes
que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis
culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo
con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza
con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros,
paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la
templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un
exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la
gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del
cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite
el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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