MEDITACIÓN
CCXCIV
(20 DE OCTUBRE)
Sobre el estudio de la ley de Dios.
Punto 1°.- Estudiad
la ley de Dios, esta es la regla
de vuestra conducta, y no os contentéis con hacer un conocimiento vago y
superficial: sino estudiadla para saber
con exactitud hasta donde se extienden las obligaciones que habéis contraído en
vuestro bautismo: estudiadla para
arreglar vuestras ocupaciones, para fijar el tiempo que podéis dar a los
ejercicios públicos de religión o a las devociones particulares, y el que
podéis dar al mundo y a la sociedad los gastos que exige vuestra posición, y
los que debéis a la caridad y a la limosna. En una palabra, estudiadla siempre para vuestra
santificación personal, como si esta ley divina no hubiera sido hecha y
publicada más que para vos.
Punto 2°.- Estudiadla
para practicarla. Mientras más
instruidos estéis, más cuenta tendréis que dar a Dios, si violáis sus
mandamientos. Si somos culpables
cuando descuidamos el conocer nuestros deberes, lo somos todavía más cuando no
los cumplimos después de haberlos conocido. El que conoce la ley de Dios y no la practica, dice el Apóstol
Santiago, es semejante a un hombre que viéndose
en un espejo, y viendo su semblante cubierto de manchas, no procura lavarse.
La ley de Dios es un espejo fiel que nos muestra, 1° lo que somos; 2° lo que no
somos; 3° lo que debemos ser.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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