jueves, 6 de octubre de 2016

MEDITACIÓN CCLXXXI (7 DE OCTUBRE)



MEDITACIÓN CCLXXXI  
(7 DE OCTUBRE)  

De las distracciones involuntarias en la oración.




Punto 1°.- Debemos ver estas distracciones como unas señales humillantes de nuestra debilidad. El hombre carnal y terreno que está en nosotros, tiene poder muchas veces de interrumpir con distracciones importunas las oraciones del hombre espiritual, cuando quiere entretenerse con Dios; de aquí vienen esos pensamientos terrenos, esas imágenes frívolas que se nos presentan a pesar nuestro, para distraer la atención que debemos toda a Dios: esta es una tentación y una desgracia ligada a nuestra debilidad que Dios permite para tenernos humillados bajo su mano omnipotente, para hacernos sentir la necesidad que tenemos del auxilio de su gracia, y para probar nuestra virtud.   

Punto 2°.- Debemos rechazarlas con prontitud, porque desde el momento que nos detenemos en ellas con reflexión, vienen a ser voluntarias por nuestro consentimiento, y siempre debemos temer atraer sobre nosotros por el vicio y el desarreglo de nuestros pensamientos, la maldición con que el Profeta amenazaba en otro tiempo al pecador, en el transporte de su celo; cuando decía: Que su oración misma se convierta para él en un pecado ¡Oratio ejus fiat in peccatum! (Salmo CVIII;7).  



Oración Universal


Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.

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