MEDITACIÓN
CCLXXXII
(8 DE OCTUBRE)
Sobre la intemperancia.
Punto 1°.- Este es un vicio muy común, sobre todo
en el gran mundo donde todos los días se asiste a mesas, que por su abundancia,
delicadeza y profusión pueden compararse con la del rico malo, allí se
acostumbra fácilmente a seguir los movimientos desarreglados de esa codicia
insaciable que no se alimenta más que de excesos. La simple naturaleza se contenta con lo necesario: mas esa codicia que
se debe mirar como el desarreglo de la naturaleza, pide lo superfluo; busca el
placer como el fin que le es propio; no conoce límite ni medida en lo que
lisonjea los sentidos, ni se rehúsa nada.
Punto 2°.- Este es un vicio muy pernicioso. La religión nos obliga a someter la carne
al espíritu, y la intemperancia da fuerzas a la carne para revelarse contra el
espíritu. Este vicio, aunque grosero, no alarma mucho a la conciencia; sin
embargo está proscrito por la ley de Dios, y muy opuesto al espíritu del
cristianismo. Yo he triunfado, decía San Agustín al principio de su
conversión, de todos los vicios que me habían alejado de Dios; he roto mis
compromisos criminales; he dominado el orgullo y la presunción de mi espíritu, sometiéndole
al yugo de la fe; pero me resta todavía una victoria que conseguir sobre mí
mismo, y es el reducirme a una sobriedad razonable.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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