MEDITACIÓN
CCLXXIX
(5 DE OCTUBRE)
De la atención que debemos a Dios en la oración.
Punto 1°.- Esta atención es el alma y la esencia de la oración.
La diferencia de la oración vocal y la mental, no consiste en que la una no es
producida sino por el sonido de la palabras, y que la otra pide toda la
atención del espíritu; esta atención debe ser igual en la una y en la otra,
solamente difieren en que en la oración vocal, el espíritu es el que anima y
conduce a la palabra; en lugar de que en la oración mental, el espíritu obra
sólo sin el auxilio de la palabra; el
Señor no se conmueve sino de la palabra interior del alma. Bien podemos cantar
sus alabanzas, bien podemos implorar su misericordia por los discursos más
tiernos y afectuosos, estaremos como mudos, si el corazón no habla y el
espíritu no está atento.
Punto 2°.- Esta atención falta casi siempre a nuestras
oraciones. Recitamos largos oficios,
llenos de los más puros sentimientos de amor divino, y después de haber
empleado en ello horas enteras, no hemos hecho ni un solo acto de fe, ni un
solo acto de obediencia y de sumisión, los labios se mueven, la voz se deja oír,
pero el corazón no dice nada: así es que hemos pronunciado muchas palabras,
pero no hemos hecho ni un instante de oración.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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