MEDITACIÓN
CCLXXXIII
(9 DE OCTUBRE)
Del respeto que debemos a Dios en sus templos.
Punto 1°.- Le debemos, primero, un respeto exterior que
consiste en el homenaje de un cuerpo humillado. No os imaginéis que la actitud humilde y respetuosa del cuerpo no tenga
ninguna relación con la disposición interior del espíritu y del corazón.
Nuestra alma, unida a este cuerpo por nudos incomprensibles, tiene una
disposición natural a humillarse cuando él se humilla. Jesucristo se prosternó delante de su Padre en el Jardín de los Olivos,
a fin de que su oración fuese acompañada de todo el anonadamiento exterior que
podía hacerla más humilde y respetuosa. Y, la escritura pone entre los más grandes crímenes de Antíoco, el de
haber entrado en el santo templo con un continente altivo y orgulloso: Intravit in domun sanctificationis cum
superbia (1M 1; 23 entró lleno de
soberbia en el santuario).
Punto 2°.- Le debemos un respeto interior. El Señor habita corporalmente en nuestros
templos, por el sacramento de la Eucaristía. Pues ¡qué sentimientos de
temor y de respeto no debe inspirar a un cristiano, la majestad de su
presencia! Allí permanece para escuchar
nuestras oraciones, y para recibir nuestros homenajes; y son los del espíritu y
los del corazón los que busca principalmente. ¡Y podremos rehusárselos sin
crimen! Mi espíritu y mi corazón estarán allí todos los días, decía hablando
del templo de Jerusalén. Es pues muy
justo que nuestros ojos le honren por su modestia, y nuestro corazón por sus
sentimientos.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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