MEDITACIÓN
CCLXXVI
(2 DE OCTUBRE)
Sobre el dejar la oración.
Punto 1°.- El mayor desorden y la mayor desgracia en
que puede caer el cristiano, es abandonar la oración. Desde luego renuncia a todos los medios de su salvación; renuncia a
todas las virtudes, y se entrega a todas las pasiones, puesto que no puede
practicar las unas ni vencer las otras si no es por el auxilio de la gracia, y
este auxilio no puede obtenerse si no es por la oración. Si la pereza es la
que lo hace abandonarla ¿podrá haber más inexcusable que la de un hombre que
renuncia a su salvación por no decir a Dios: Salvadme? Si es el
endurecimiento podrá haberlo más horroroso que el de un hombre cubierto de
llagas mortales que rehúsa decir a Dios: Curadme.
Punto 2°.- El exceso del desorden y la desgracia para
un cristiano, es perder absolutamente todo aprecio por la oración. Todavía queda algún recurso al que siente
el principio y utilidad de la oración, aunque no la practique. Más si llega hasta perder toda idea y todo
aprecio por la oración, si no queda en el fondo de su corazón una disposición,
ni aun remota de recurrir a ella, ¿qué puede esperarse de él sino un
endurecimiento consumado, un abandono total de la religión, una impenitencia
fija y perseverante, una reprobación anticipada y una ceguedad eterna?
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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