MEDITACIÓN
CCXXXIX
(26 DE AGOSTO)
Cómo está prohibido juzgar al prójimo.
Punto 1°.- No
juzguéis, dice el Salvador, y no
seréis juzgados. Esta prohibición sólo se dirige a los que juzgan sin
necesidad. Porque no hay duda que el juzgar es permitido y aún ordenado, cuando
es necesario. Ahora bien, lo es, primero, cuando un hombre está encargado
por deber y por estado de tener conocimiento e indagar acerca de las costumbres
y las faltas de los que le están sometidos. Por ejemplo, un padre, ¿no tiene
necesidad de juzgar de las costumbres y la conducta de sus hijos? ¿Un amo de la
de sus criados, y un soberano de la de sus súbditos? Es verdad que no le es permitido, juzgar ligera, temeraria y
superficialmente, sin conocimiento y sin equidad pero puede y debe juzgarlos; y
muchas veces sucede que los que mandan, se dispensan de esta obligación por un
espíritu de pereza y negligencia, que los hace muy culpables delante de Dios.
Punto 2°.- El
juicio viene a ser también necesario para guardarse de la seducción de los
pecadores y los falsos profetas. Esto es lo que Jesucristo consideraba
cuando decía: Guardaos de los falsos
profetas que vienen a vosotros vestidos con pieles de ovejas y en lo interior
son lobos rapaces. Más para evitarlos, ¿no es preciso juzgarlos y
conocerlos? Y como sucede algunas veces que su astucia en disfrazarse, hace sus
obras ambiguas y el peligro incierto, evitarlos entonces sin condenarlos. Evitadlos
dice san Agustín, porque vuestras sospechas pueden estar fundadas en la
realidad; más no los condenéis, porque vuestras sospechas pueden estar fundadas
sólo en las apariencias.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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