jueves, 25 de agosto de 2016

MEDITACIÓN CCXXXIX (26 DE AGOSTO)



MEDITACIÓN CCXXXIX
(26 DE AGOSTO) 

Cómo está prohibido juzgar al prójimo.   



Punto 1°.- No juzguéis, dice el Salvador, y no seréis juzgados. Esta prohibición sólo se dirige a los que juzgan sin necesidad. Porque no hay duda que el juzgar es permitido y aún ordenado, cuando es necesario. Ahora bien, lo es, primero, cuando un hombre está encargado por deber y por estado de tener conocimiento e indagar acerca de las costumbres y las faltas de los que le están sometidos. Por ejemplo, un padre, ¿no tiene necesidad de juzgar de las costumbres y la conducta de sus hijos? ¿Un amo de la de sus criados, y un soberano de la de sus súbditos? Es verdad que no le es permitido, juzgar ligera, temeraria y superficialmente, sin conocimiento y sin equidad pero puede y debe juzgarlos; y muchas veces sucede que los que mandan, se dispensan de esta obligación por un espíritu de pereza y negligencia, que los hace muy culpables delante de Dios.   

Punto 2°.- El juicio viene a ser también necesario para guardarse de la seducción de los pecadores y los falsos profetas. Esto es lo que Jesucristo consideraba cuando decía: Guardaos de los falsos profetas que vienen a vosotros vestidos con pieles de ovejas y en lo interior son lobos rapaces. Más para evitarlos, ¿no es preciso juzgarlos y conocerlos? Y como sucede algunas veces que su astucia en disfrazarse, hace sus obras ambiguas y el peligro incierto, evitarlos entonces sin condenarlos. Evitadlos dice san Agustín, porque vuestras sospechas pueden estar fundadas en la realidad; más no los condenéis, porque vuestras sospechas pueden estar fundadas sólo en las apariencias



Oración Universal

Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.

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