MEDITACIÓN
CCXXXII
(19 DE AGOSTO)
Sobre la idolatría de los pecadores.
Punto 1°.- Lo que
san Pablo ha dicho de la avaricia, que llama una idolatría; Avarus quae est idolorum fervitus (el
avaro –que es un idólatra Ef 5; 5), puede
decirse igualmente de los otros pecados: todos llevan consigo un carácter
de idolatría, puesto que el pecador transporta a las viles creaturas todos los
derechos que el Creador tiene sobre su amor: no las adora, pero las ama; no les
ofrece su incienso, pero les da su corazón. Ahora bien, en este corazón es en
el que sólo Dios debe reinar; y no quiere igual ni asociado en nuestro afecto,
así como no tiene igual ni asociado en su ser.
Punto 2°.- Comparad la idolatría de los pecadores con
la de los paganos, y encontraréis que estos adoraban ciertamente ídolos
insensibles e inanimados, que no podían hacerles ningún bien, pero tampoco eran
capaces de hacerles ningún mal. Si no hacían felices a sus adoradores, no los
hacían miserables. En lugar de que, los
pecadores abandonan al verdadero Dios, a quien conocen, para volverse a ídolos
de carne, a ídolos de avaricia y ambición, que sólo tienen poder para
perjudicarlos, y que los hacen desgraciados en el tiempo y en la eternidad.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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