lunes, 8 de agosto de 2016

MEDITACIÓN CCXXII (9 DE AGOSTO)



MEDITACIÓN CCXXII
(9 DE AGOSTO) 

Sobre la grandeza del alma.




Punto 1°.- Esta es una cualidad que conviene a los que ocupan en el mundo puestos elevados y dignidades eminentes porque lleva a emprender cosas grandes y dignas de gloria. Esta cualidad no es de ninguna manera incompatible con la humildad cristiana; porque en primer lugar, un hombre humilde funda las grandes empresas sobre la desconfianza de sí mismo y la confianza en Dios, dos sentimientos que son propios de la humildad. Está persuadido que nada puede por sí mismo, pero que lo puede todo con el auxilio de Dios. Los que esperan en Dios, dice el profeta Isaías, cambiarán de fortaleza, puesto que cambian las fuerzas del cielo contra las de la tierra, y sus brazos con el brazo del Señor, y esto es lo que hace decir a san León que nada es imposible a los humildes, porque ponen toda su confianza en el que todo lo puede.

Punto 2°.- Respecto de la gloria vinculada a las grandes empresas, la humildad la sufre y la admite, porque le dirige toda a Dios; el hombre humilde no la desea para gozar de ella, sólo quiere merecerla; no hace ningún caso de los honores del mundo, pues se eleva más alto; y únicamente para agradar a Dios y para practicar las virtudes propias de su estado se decide a hacer cosas grandes. Cualquiera otro motivo no puede nada su corazón y ni aun se digna ocuparse de él.  



Oración Universal

Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.

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