MEDITACIÓN
CCXLII
(29 DE AGOSTO)
De los límites que deben ponerse a la desconfianza y a la sospecha.
Punto 1°.- Una y
otra pueden ser llevadas al exceso. Es
un gran defecto ser desconfiado y suspicaz, es decir, el serlo sin fundamento;
el serlo a todo propósito y en toda ocasión; el serlo perpetua y habitualmente
respecto de toda clase de personas; el dudar aun cuando se tenga certeza; el dudar
cuando no se tiene la menor verosimilitud que pueda autorizar la sospecha. Hay
pues desconfianzas injuriosas, sospechas injustas y odiosas que debemos
reprocharnos, y que son igualmente contrarias a la razón y a la caridad.
Punto 2°.- Mas
cuando la desconfianza y la sospecha están apoyadas sobre el fundamento que les
es propio, la una en la incertidumbre y la otra en la verosimilitud,
entonces puede decirse con verdad que se desconfía sin ser desconfiado, y se
sospecha sin ser suspicaz. Así es como
debemos darnos cuenta a nosotros mismos, cuando examinamos nuestra conciencia
de los pensamientos que han ocupado nuestro espíritu, reflexionando sobre
el carácter de las personas con quienes estamos obligados a vivir.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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