MEDITACIÓN
CCXVII
(4 DE AGOSTO)
Sobre la Ignorancia del hombre, respecto del estado de gracia.
Punto 1°.- Sabemos ciertamente que hemos ofendido a Dios; pero no sabemos ciertamente si Dios nos ha perdonado. Ninguno sabe, dice el Sabio, si es digno de amor o de odio… Mi conciencia no me reprocha nada, dice el Apóstol, pero no por eso estoy justificado… Aun yo hablara el lenguaje de los hombres y de los ángeles… si no tengo caridad, no soy nada. ¿Y quién me asegurará que tengo en mi corazón esta caridad divina, si el mismo san Pablo no estaba seguro de tenerla? Y si el testimonio de una conciencia tan pura y tan elevada como la suya, no bastaba para asegurarle, ¿cómo podría yo sacar del testimonio de la mía una certeza que él no tenía?
Punto 2°.- Esta ignorancia es un medio seguro para mantenernos siempre en la humildad. ¿Quién se atreverá andar con la cabeza levantada? ¿Quién no estará lleno de confusión y de temor? ¿Quién no se humillará hasta el centro de la tierra, en una incertidumbre tan extraña? Dios ha querido, dice san Gregorio, que no estuviésemos seguros de su gracia, a fin de mantenernos siempre en la humildad y esta incertidumbre era necesaria para impedirnos el despreciar a nuestro prójimo por muchos pecados que haya cometido.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
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