MEDITACIÓN
CCXXI
(8 DE AGOSTO)
Sobre la humildad de los santos.
Punto 1°.- Esta nos parece excesiva en cuanto a
que se consideran como los más grandes pecadores; aunque estén elevados al
colmo de la santidad; pero tienen muchas razones para pensarlo así 1°. Si no
son grandes pecadores por su voluntad, lo son por su debilidad; puesto que no hay crimen, por enorme que sea, cometido
por un hombre, del cual otro hombre no fuese capaz si Dios le abandonase a sí
mismo. Caminamos por la pendiente
del abismo, siempre prontos a caer en él, si Dios no nos tiende la mano.
Debemos pues mirarnos todos como pecadores, porque en efecto, no somos ni
seríamos otra cosa por nosotros mismos sino pecadores; y llegaríamos a serlo
aún a cada momento, si el Señor no nos sostuviese por su gracia.
Punto 2°.- Piensan, y con razón que no debe
uno preferirse a nadie en el orden de la gracia, puesto que este orden nos está
oculto. ¿Qué sabéis, en efecto, si el
que miráis como un gran pecador, no llegará a ser muy pronto más justo que vos,
y si no lo es ya delante de Dios? ¿Qué sabéis lo que Dios ha obrado en su alma
desde ayer, o desde hace un momento? Porque
es fácil a Dios, dice el Sabio, enriquecer
al pobre en un instante; no tiene más que dirigir sobre él una mirada de
misericordia, puede de las mismas piedras
suscitar hijos de Abraham, puede de un publicano y de un perseguidor de su
Iglesia hacer un apóstol y un predicador de su nombre; no tiene más que
llamarle como a San Mateo, derribarle como a San Pablo, o cambiar su corazón
como el de Magdalena.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
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