MEDITACIÓN
CCXX
(7 DE AGOSTO)
Sobre la práctica de la humildad cristiana.
Punto 1°.- Las ocasiones de practicar esta virtud no son raras; pues se
encuentran todos los días en el mundo. Sucederá
que todo lo que tiene relación con la satisfacción de los demás, sucederá según
sus deseos, y nada de lo que concierne a la vuestra saldrá bien. Escucharán a
los otros con admiración, recibirán por todas partes señales de estimación, y
seréis contados por nada; obtendrán fácilmente todo lo que pidan, y a vos se os
negará todo; serán buscados con empeño, y vos permaneceréis en el olvido;
descansarán en ellos de todos los negocios, y os mirarán a vos como un hombre
inútil. Estas son otras tantas ocasiones que se os presentan de practicar
la humildad cristiana.
Punto 2°.- Pero es raro que se aprovechen estas ocasiones. ¿Cómo se portan los mundanos cuando se les
manda alguna cosa con imperio y con mal humor, cuando se oponen a sus
pretensiones, y cuando los acontecimientos no corresponden a sus esperanzas?
¿Cómo reciben los consejos que se les dan, y las reprensiones que se les hacen?
Se arrebatan, se irritan, se entristecen y se angustian. ¿No estarían más
tranquilos, no serían más felices si fuesen humildes?
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
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