MEDITACIÓN
CCXXV
(12 DE AGOSTO)
Sobre las diversiones a las cuales está uno sujeto por su estado.
Punto 1°.- Hay
personas en el mundo para con las cuales está uno obligado, por estado a tener
asiduidad y complacencias indispensables. Estas son muchas veces espíritus
ligeros y frívolos, que no saben ocuparse, y que emplean la mayor parte de su
tiempo en entretenimientos inútiles: más si
estos entretenimientos no tienen nada de por sí, que sea contrario a la Ley de
Dios, y si toma uno parte en ellos por las reglas de su estado, se puede y se
debe tomar parte con moderación y con la mira de agradar a Dios. Quisierais mejor otras ocupaciones más
útiles; pero Dios no las quiere para vos, puesto que os apega a pesar vuestro a
unos objetos menos sólidos. No es pues ni el gusto ni ninguna pasión lo que os
conduce allí, sino el deber; y para vos eso es menos placer que sujeción.
Punto 2°.- El que hace por Dios aun las cosas más
indiferentes, no cesa de hacer la obra de Dios. Muchos al entregarse a Dios, piensan más bien en llenar su vida de
ciertas acciones difíciles y extraordinarias, que en purificar su intención, y
en mortificar su voluntad propia en las acciones más comunes de su estado; pero
sería mejor cambiar menos las acciones, y cambiar más las disposiciones interiores
del alma. Dios no se paga ni del movimiento de los labios, ni de la humilde
actitud del cuerpo, ni de las ceremonias exteriores: lo que pide
principalmente, es una voluntad dócil en sus manos, que quiera sin reserva todo
lo que Dios quiere, y que jamás quiera, bajo ningún pretexto, nada de lo que
Dios no quiere.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
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