MEDITACIÓN
CCXVI
(3 DE AGOSTO)
Sobre la miseria del hombre.
Punto 1°.- ¿Qué es el hombre? Pregunta San Crisóstomo.
Sólo nace para morir; se hincha, se levanta, y no tiene más que unos instantes
de vida, y se le pierde de vista en la duración de los siglos. Seis mil años
han transcurrido sin que haya vivido; y transcurrirá mayor número todavía sin
que se hable nada de él. Nunca contento
con su suerte; aunque esté lo bastante para ser orgulloso, se mueve
continuamente para subir más alto; y antes que haya tenido el tiempo de crecer
al grado de sus deseos, muere y es hollado con los pies: se le alaba hoy, y se le
admira; mañana se le compadecerá y se le llorará; y tal vez no habrá nadie que
quiera tomarse el cuidado de llorarle y compadecerle.
Punto 2°.- ¿Qué es el hombre pecador? ¿Hay alguna cosa que sea inferior a la
nada? Sí, no hay duda; puesto que hay el pecado que el hombre añade por el
desarreglo de su voluntad, a la nada que le es propia: porque el pecado es peor
que la nada, puesto que valdría más no ser, que pecar. Más valiera para él no haber nacido, decía el Salvador hablando de
Judas, que le quería traicionar. ¿Qué es
pues el hombre pecador, y a qué grado de humillación puede ser reducido que no
sea todavía infinitamente menos de lo que merece?
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario