MEDITACIÓN
CCXLVIII
(4 DE SEPTIEMBRE)
Sobre la falsedad de los juicios temerarios.
Punto 1°.- No juzguéis según las apariencias, dice
el Salvador, sino según la justicia. No imitéis al fariseo soberbio, que viendo
al publicano postrado en el templo, juzga inmediatamente que no puede ser más
que un ladrón y un usurero. Este está encargado, dice, de la cobranza de
los dineros públicos; así es que exige del pueblo más allá de sus derechos; y
se sirve del nombre y la autoridad del César para cometer mil injusticias. Este
juicio no fue conocido más que de Dios, y no dejo de hacer perder al fariseo
todo el fruto y el mérito de sus limosnas y de sus ayunos. Guardaos pues de juzgar a un hombre por la profesión que ejerce, y de
condenar a todo un cuerpo por los desórdenes de algunos particulares.
Punto 2°.- ¿Quién es quien hace al fariseo juzgar así,
por simples apariencias? Es su orgullo y presunción; es la vanidad que le
inspira el brillo de sus buenas obras y de sus falsas virtudes. No se juzga mal a los otros, sino porque no
se conoce uno bastante a sí mismo. Un verdadero cristiano no está atento más
que a sus propias miserias; y mientras más hecha de ver las de los otros más
teme por sí mismo. A juzgar según las apariencias, ¿quién no habría
preferido el estado del fariseo al del publicano? Más el Dios que sondea los
corazones, lo juzgaba diferentemente, y su juicio es siempre justo porque es
perfectamente ilustrado.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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