MEDITACIÓN
CCLXIV
(20 DE SEPTIEMBRE)
De la santidad de Dios.
Punto 1°.- La santidad de Dios debe ser modelo de la
nuestra. Sed perfectos, decía el
Salvador, como vuestro Padre celestial es
perfecto. Sed más imitadores, decía
el Apóstol a los primeros fieles, como yo
lo soy de Jesucristo. Esto no quiere
decir que un hombre débil y frágil pueda nunca llegar a la sublime e
incomunicable perfección del Supremo Ser: pero debe esforzarse en aproximarse a
ella, en cuanto puede permitirlo la debilidad humana; y en este sentido son
los santos llamados dioses en la Escritura: Ego
dixit: Dii estis et filli excelsi omnes. En este sentido se dice que son
hijos de Dios, porque se conducen en el espíritu de Dios: Qui spiritu Dei aguntur, hi sunt filli Dei. Examinad pues con
cuidado cuál es el espíritu que os hace obrar: Spiritus probate ultrium ex Deo sint. Si es el espíritu de Dios, todas vuestras acciones serán santas y
divinas; y si es el espíritu del demonio, serán criminales y desarregladas.
Punto 2°.- Ésta sola
regla basta para hacer el discernimiento de las virtudes y los vicios. Si obráis por un espíritu de injusticia salís
de la regla, puesto que vuestra acción es contraria al espíritu de equidad que
está en Dios, y es conforme al espíritu del demonio que es el padre de la
iniquidad; si obras por un espíritu de fraude y de duplicidad, salís de la
regla, porque vuestra acción es contraria al espíritu de verdad que está en
Dios, y es conforme al espíritu del demonio que es el padre de la mentira, etc.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario