MEDITACIÓN
CCLXIX
(25 DE SEPTIEMBRE)
De la presencia de Dios.
Punto 1°.- No podemos evitar la presencia de Dios. Por todas partes en donde estoy, el Señor
está conmigo: en Él vivimos, nos movemos y existimos. Yo no lo percibo a este Dios invisible; pero sé por la fe que está en
todas partes, y que estoy como envuelto en inmensidad de su presencia. ¿Adónde iré, Señor, decía el Profeta, para ocultarme de Vos? Bien podré sepultarme en las tinieblas, más
cuando Vos queráis descubrirme, la noche más sombría se convertirá en luminosa:
Vos estáis presente a todos mis pasos, y antes que mi palabra sea formada por
mi lengua, Vos habéis penetrado ya mi pensamiento. ¡Oh, Soberano Juez! ¿Quién se atrevería, quién podría ni aun
resolverse a cometer el pecado, por poco que quisiese fijar su atención en
vuestra terrible presencia?
Punto 2°.- No podemos ocultar nada al conocimiento de
Dios. El Señor, dice el Profeta, ha mirado desde lo alto de los cielos
sobre la tierra y con una sola mirada ha visto a todos los hijos de los hombres;
ha alumbrado todas sus acciones, y cuenta todos sus pasos; no hay para Él ni oscuridad, ni tinieblas, ni alejamiento ni distancia.
Por todas partes en donde estoy, Dios me
ve, Dios me escucha: su vista no está limitada como las de las creaturas a lo
que aparece en lo exterior; sino que lee en mi corazón, sondea todos sus pliegues
y descubre todos sus sentimientos: Omnia
nuda et aperta, sunt oculis Eius; Todo está descubierto y revelado ante sus
ojos.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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