jueves, 29 de septiembre de 2016

MEDITACIÓN CCLXXIII (29 DE SEPTIEMBRE)

MEDITACIÓN CCLXXIII  
(29 DE SEPTIEMBRE) 

De la obligación que tenemos de orar siempre



Punto 1°.- Debemos orar siempre, porque en primer lugar, no hay tiempo, ni lugar, ni circunstancias, ni estado, ni condición, en que no tengamos necesidad del auxilio de Dios. Si estamos en estado de pecado. tenemos necesidad de la gracia para salir de él; y si estamos en estado de justicia y santidad, tenemos necesidad de la gracia para perseverar en él. No, dice san Crisóstomo, nada puede impedirnos el orar siempre; no son las genuflexiones, las postraciones, ni largos discursos estudiados, lo que Dios os pide, ni aun es una aplicación penosa y continua de vuestro espíritu, lo que os pide es que estéis siempre atento a agradarle, y dispuesto a obedecerle, siempre sumiso y dócil a los movimientos de su gracia y a las menores señales de su voluntad.    

Punto 2°.- Porque Dios está siempre pronto a escucharnos y socorrernos. La oración no está anexa como un sacrificio a una hora fija y determinada, ni a un lugar consagrado por una bendición particular: todos los tiempos y todos los lugares pueden ser tiempos y lugares de oración; siempre es fácil el acceso para con Dios, y el momento siempre favorable. No hay ni espacio ni barrera que atravesar para llegar hasta Él: nosotros fácilmente nos cansamos de pedirle: pero Dios jamás se cansa de escucharnos.    

  Oración Universal

Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.

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