MEDITACIÓN
CCXLVII
(3 DE SEPTIEMBRE)
De los pretextos que empleamos
para justificar los juicios temerarios.
Punto 1°.- Creemos
poder justificar el juicio temerario, diciendo que permanece secreto, que no se
manifiesta en lo exterior, y que si por desgracia fuese injusto, no podría el
prójimo ofenderse de una injusticia que ignora. Más notad que la
religión no solamente prohíbe la acción exterior del pecado, sino que también
prohíbe el sentimiento interior que nos conduce a él. Así es que
condena los pensamientos y los deseos impuros, porque son el principio de los
pecados contrarios a la castidad. Por la misma razón prohíbe el juicio temerario porque es el principio de la calumnia, que
no es otra cosa que la expresión de los juicios temerarios que el espíritu ha
formado.
Punto 2°.- Es verdad que puede suceder que el juicio no
tenga por testigo más que a la conciencia; pero tendrá siempre a Dios por
vengador. ¿Y cómo este Dios, que es
la justicia y la caridad misma, no se había de ofender de un juicio ciego y
precipitado, que sólo está apoyado en la duda y en la incertidumbre, en donde
el que se juzga es condenado, sin tener ningún medio de justificarse, sin saber
siquiera si se le juzga, ni si se han tomado el trabajo de pesar exactamente
las razones que pueda haber para condenarle o absolverle?
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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