MEDITACIÓN
CCLX
(16 DE SEPTIEMBRE)
Sobre los discursos inmodestos.
Punto 1°.- Hay dos
clases de estos discursos, los unos, que
hieren abiertamente el pudor, y que San Pablo prohibía a los fieles no
pronunciar jamás, cuando decía: Que la
fornicación, ni ninguna clase de impureza no sea ni aun nombrada entre
vosotros, como conviene a los santos. Puesto que la boca habla siempre de
la abundancia del corazón, semejantes palabras no pueden salir sino de un
corazón corrompido; y el vuestro debe ser puro y santificado por la gracia. Desafiar en estos discursos las leyes de la
modestia, es profanar una lengua y unos oídos que han sido consagrados a Dios
por el bautismo; es cometer un pecado escandaloso; es contribuir a la perdición
de las almas que Jesucristo ha rescatado con su sangre, puesto que el que encuentra placer en escuchar estos
discursos licenciosos, no se hace menos culpable que el que los pronuncia.
Punto 2°.- Hay
otros que hieren el pudor con miramiento, y que son aun más peligrosos,
porque en primer lugar, se hace menos escrúpulo de ellos; y segundo, son más
propicios para hacer impresión. Se
envuelven las imágenes más groseras en un velo bastante espeso, para que no se
muestren al descubierto; pero bastante transparente para que puedan percibirse.
Guardaos de practicar jamás ese arte funesto, y por una prudente reserva, sabed
reprimir la licencia de los que quisieran hacer uso de él para familiarizaros
con el vicio, y disgustaros de la virtud.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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