MEDITACIÓN
CCLVII
(13 DE SEPTIEMBRE)
De las murmuraciones que atacan a los ministros de la religión
y a las
personas consagradas a Dios.
Punto 1°.- Estas murmuraciones son las que lisonjean
más la malignidad, o por mejor decir, la impiedad de los mundanos. Como estos son enemigos de la religión y de
la fe, se complacen sobre todo en murmurar de los que hacen profesión de
practicarla, o que están encargados por su estado de enseñarla y defenderla.
Les agrada encontrarlos culpables de los mismos desordenes que están obligados
a condenar en los otros; y mientras más puras, ejemplares e irreprochables
deben ser sus costumbres, más se apresuran a publicar sobre los desdichados su
vergüenza y deshonra.
Punto 2°.- ¿Cuál
es el fin de esta clase de murmuraciones? ¿No es acaso el deshonrar a la misma religión en la persona de sus
ministros: de hacer sospechosos de hipocresía a todos los que caminan bajo los
estandartes de la piedad, de disgustar a todos los hombres de la virtud, persuadiéndolos
de que ya no la hay verdadera sobre la tierra; que todos los que la predican no
hacen más que tomarla, por máscara y que ninguno tiene el valor de practicarla;
de confirmar, en fin, a los impíos en sus discursos y sus razonamientos contra
el Evangelio?
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario