MEDITACIÓN
CCLVIII
(14 DE SEPTIEMBRE)
Sobre las consecuencias de la murmuración.
Punto 1°.- La murmuración se extiende con una extrema
facilidad. Puede ser que hayáis
exigido que permaneciese secreta; pero no tarda en hacerse pública. ¿Y cómo
habría de poderse tener secreto por mucho tiempo lo que todo el mundo busca, y
lo que agrada a todo el mundo? Si la
caridad reinara en todos los corazones, la murmuración haría menos progresos:
pero ¡ay! ¿En dónde está esa caridad divina que se aflige sinceramente del mal
y que quisiera abolir hasta su memoria? Ese mismo principio de malignidad que
os lleva a decirlo, ¿no es el mismo que lleva a los que escuchan a creerlo y
divulgarlo? Cada uno le añade lo que su pasión o su interés le sugiere: bien
pronto vuestra murmuración se cambia en calumnia, y venís a ser responsables
del mal que habéis dicho y de las falsedades que otros le añaden para
exagerarlo.
Punto 2°.- La
murmuración es irreparable en sus consecuencias. ¿Y qué podríais decir para
repararlas? ¿Os opondríais al desencadenamiento público que vosotros mismos
habéis excitado? ¿Suprimiréis lo que habéis dicho? ¿Afectaréis alabar al que
habéis deshonrado? Pero ¿quién os ha de creer? ¿Quién os ha de escuchar? Vuestras
alabanzas que llegan demasiado tarde, no servirán más que para atraerle nuevas
sátiras: verán qué queréis reparar el mal que habéis hecho; pero no estará en
vuestro poder el hacerlo: lo habéis perdido por vuestra murmuración, y la
caridad del penitente encontrará siempre menos crédito que la malignidad del
pecador.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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